Desde joven el colegio y la universidad me inculcaron que el ritmo, el orden, la tensión y la simetría, entre otras operaciones en el diseño, eran cánones atemporales, para pensar y componer las formas. Con el correr de los años en mi cabeza el sintagma espacial se convirtió en corporal. La forma, el color, la textura y la diversidad se amalgamaron a un lenguaje que ya conocía para formar uno propio. El control compulsivo en el uso del orden y la repetición en las formas estudiadas en mi juventud, dan como resultado el pensamiento de como el tiempo satura y desgasta a los cuerpos, comprendiendo como la luz los mostraba, subrayando que la disidencia y diversidad de estos son belleza para mí.
Con el tiempo entendí que mis paisajes eran situaciones imperceptibles para los otros, aquellos que se les escapa, de su sentido común y de una observación científica el sentir. Mis paisajes son formados por una historia sutil y frágil, llena de confluencias y encuentros, de rastros y de intercambios de energías a partir del deseo.
Mi obra parte del objeto, el uso de la luz y la repetición de acciones, como recortes del tiempo en paisajes personales, paisajes placenteros o paisajes que parten del dolor y la locura, mostrados para comprender memorias con la intención de conservarlas u olvidarlas para siempre.
